"des de que ens han robat les paraules no podem dir més que mentides."

dissabte, 16 de març del 2013

d-espacio

ella tenía los pies pequeños y un nudo en el ombligo cada vez que llegaba la primavera.
él, los zapatos roídos por el paso de los pasos y las ventanas a rato abiertas de par en par y por eternidades cerradas a cal y canto.
y se amaban, o eso parecía. 
ella trabajaba en una pequeña panadería a las afueras donde, por equivocación, le ponían demasiada mantequilla a las palmeras y eso les confería un tacto meloso y crujiente y un sabor que se incrustaba en el paladar durante toda la mañana. 
él trabajó, tal vez también por equivocación, en una obra en la que se colocaban alambres de espino en el monumento a uno de los tantos vencedores con la intención de ahuyentar a las terribles ratas del aire. Y se pidió un café con leche y una palmera.

las horas del almuerzo son una absolución de aquello que algunas personas aún se atreven a llamar vida. el almuerzo -o desayuno, depende de la latitud en la que nos encontremos- tiene ese sabor a verano, a final de examen, a viernes por la tarde y no a domingo.
así fue como se encontraron o, tal vez, así es como se decidieron a darse cita y a encontrar un pretexto para lo posible; aunque ella fuera a estar allí de todas formas era bello pensar que se estaban esperando. 

pasó el tiempo y el contrato de mierda que ella tenía caducó y el monumento al asesino continuó pudriéndose aunque esta vez el bombardeo de las ratas vino desde el aire; aún así ellos ya habían encontrado otros lugares, darse cita en otros sitios con nuevos pretextos, establecer nuevos códigos y aprender a decirse mentiras que una y otro necesitaban escuchar.
la seducción no es más que eso, aprender a descifrar qué necesita escuchar el otro, qué necesita sentir, para acto seguido dárselo y que piense que estamos hechos los unos para las otras de forma espontanea, natural, desde siempre. aprender a decirnos mentiras sin que se note demasiado, hasta que deje de notarlo hasta el que las cuenta. maquillando nuestras carencias con la clara intención de volvernos imprescindibles.
sin embargo seguramente debe ser bello que seamos tan imperfectos. 
     
los días pasaron con la misma lentitud con la que pasan las horas y con la misma rapidez que cuando uno mira hacia atrás. y las mentiras se hicieron cada vez más descuidadas; se repitieron, se amontonaron como ases en la manga y empezaron a ser verdad. un verdad que golpeaba al ser nombrada y que acuchillaba lentamente, sin matar ni herir, sin vida ni muerte. desangrándose en la boca y en busca de nuevos absurdos con los que resignificar la vida terriblemente incompleta. 

así fue como decidieron darse un tiempo
y al final

eso fue lo único que se dieron.