apagaba el humo de un cigarrillo después de que en la pantalla arrugada y sucia del proyector alguien señalara el final de la película; garabateaba en los obstáculos del día algún sentido por el que seguir existiendo; se paraba en cada gato, en cada plaza, en cada esquina; sus palabras se atropellaban mucho antes de aprender bien qué decir, si era oportuno o el momento; acariciaba espaldas y jardines enjaulados con la intención de liberarlos de su estigma; odiaba por igual el nombre siervo que el de amo pues en ellos la palabra mediocridad transpiraba a gritos; buscaba en el paladar los restos de los besos en los que se había enmarañado aquella noche y en los ojos un espejo con el que recordar esa mirada; nunca tuvo más miedo que la vez que no tuvo ganas de nada; tiene huecos y ombligos que piden auxilio sin demoras; y precipicios y rocas en los que encaramarse para poder ver un poco más lejos;
y digo yo
ya que vamos a morir
mejor morir viviendo.
y digo yo
ya que vamos a morir
mejor morir viviendo.